Malaika

Hoy escribo desde lo mas profundo de mi corazón. Lo necesito. Ahora mismo soy un conjunto de emociones contenidas peleando entre sí por ser liberadas. Solo llevo una semana aquí, pero Kenia me tiene envuelto desde el primer segundo que puse un pie en ella. Nunca había experimentado tantas sensaciones nuevas en un periodo de tiempo tan corto. Muchas de ellas buenas y otras malas, por supuesto, pero todas igual de válidas. Sin embargo, el cansancio físico ha ido dando paso poco a poco a un sentimiento mucho más profundo y trágico que hacía tiempo que no tenía y que hoy me ha caído encima como si de un jarro de agua fría se tratase: el cansancio emocional. Hasta ahora he estado atrapado en una nube de emociones que en los últimos días ha acabado por explotarme en la cara justo cuando menos lo esperaba, cuando menos me hacía falta. Pero sé que es normal, soy humano y, realmente, soy un gran privilegiado por poder sentir lo que estoy sintiendo.


Me abro en canal públicamente porque quizás mis palabras, mis sentimientos, resuenen con el de otras personas y despierte en ellas esa chispa que me trajo a mí aquí, a Safisha Africa Welfare Foundation, una pequeña escuela en el corazón de los suburbios de Nairobi. Una escuela situada en un edificio que solía ser una casa, en un barrio empobrecido, con calles sin asfaltar, con gallinas y cabras que pastan en la basura, donde los niños te saludan por la calle con las sonrisas más bellas que jamás haya visto hasta ahora. Alice Muhonja, su creadora, es una súper mujer. No sé como se las apaña para conseguir emocionarme cada día. Toda su vida gira en torno a los 33 peques que estudian en Safisha. Tanto ella, como sus hijos, como Teacher Mary llevan a cabo una labor digna de admiración. Me quito el sombrero ante cada uno de ellos. En un principio, Alice lo hacía todo: limpiaba, cocinaba para los niños, les daba clases, gestionaba las donaciones, se encargaba de sus uniformes y un largo etcétera de tareas. 


En Kenia, la educación es privada (podéis imaginaros lo que eso quiere decir en un país donde la diferencia entre ricos y pobres es abismal) y muchos niños lo tienen difícil para acceder a ella. Figuraros pues, cómo puede serlo para niños que son huérfanos o que viven con madres solteras. Esos son nuestros niños. Por ello, Alice decidió emprender el proyecto de Safisha Africa Welfare Foundation con el objetivo de lograr una África "safisha", es decir, una África limpia, algo que solo puede lograrse a través de la educación. Los niños y niñas de Safisha Africa lo saben bien, pues Alice se encarga de transmitírselo cada día.
Estos niños son pequeños ángeles o, como se dice en suajili, malaika, no me cabe la menor duda. Cada día se levantan por la mañana ansiosos por ir al colegio y por aprender junto con sus "teachers", los cuales, van cambiando constantemente, dependiendo del volumen de voluntarios que haya y según el momento del año.Van caminando solos al colegio (sin importar su edad) y, una vez allí, todos te reciben con los brazos abiertos, te preguntan cómo estás y rezan su oración. A continuación, empiezan las clases. Los más peques (Educación Infantil) están con Teacher Mary, los de primaria en una clase improvisada situada en el exterior y los más mayores en una clase pequeñita. En meses como enero o febrero, debido a la falta de voluntarios y, por tanto, de recursos para pagar a profesores o incluso el alquiler del edificio, los niños más mayores van a clase aún sin tener profesor, con la esperanza de poder comer por lo menos un plato de arroz o de habichuelas.
Sin embargo, en medio de toda esta hostilidad, estos pequeños angelitos te sorprenden y te tocan el corazón con valores como su generosidad, respeto, agradecimiento y, sobre todo, resiliencia. Son las personas más resilientes que haya conocido nunca. No importa que en sus casas les den solo sal y pimienta para comer o que les peguen. Ellos te sonríen, te agradecen que estés ahí para ellos, viven el momento y ponen color y música a la vida. Me fascinan sus ansias por aprender, por desarrollar su potencial, por crecer como personas. Me conmueve su manera de cooperar, su manera de premiar a aquel que lo hace bien y de ayudar al que se ha equivocado, su sentimiento de pertenencia a una pequeña familia en la que cada miembro cuenta y es importante para los demás. Qué grandes maestros... La luz de sus miradas, el brillo de sus sonrisas... Me tienen atrapado.
Y aunque hoy es un día triste para mí, pues me he dado cuenta de que me es más difícil de lo que creía entender su mundo, un mundo totalmente ajeno al que estoy acostumbrado, quiero respetarlo. Quiero alimentar mi alegría con su energía porque sé que mi alegría es luz para quien me mira y, a ellos, les toca hacerlo durante todo este mes.
Asantesana malaika, asantesana por haberme cambiado para siempre.


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